José Manuel Chapado

No es una cuestión de resultados

Mourinho se va. Por fin. Terminan tres años de pesadilla. Tres años de gesto torcido, de mala clase y de peor ejemplo. Se marcha quien nunca debió haber llegado. Como madridista, confieso mi alegría. Como teórico del management, comparto mi asombro. Y como relator de lo que pienso y siento, reconozco mi derrota.

mourinho-enfadadoMucho se ha escrito sobre este portugués malencarado. En especial estos últimos días. Demasiado tarde. Esa es mi derrota y la de tantos otros colegas. Todo lo acontecido se veía venir desde el mismo día en que se anunció su fichaje. Puedo parecer poco creíble, pero he profesado un intenso “antimourinhismo” desde el primer minuto. ¿Por qué no me he atrevido a escribirlo públicamente? Seguramente por el temor de generar rechazo en muchos lectores. Sin quererlo, me he diluido en esa masa cobarde que guarda silencio ante quienes más gritan.

Ya antes de su fichaje, la figura de Mourinho era reprochable. Con sus declaraciones acostumbraba a humillar al enemigo. Sin embargo, lo que nos hace grande no es despreciar al rival, sino respetarlo. Al honrar a otros, nos honramos a nosotros mismos.

Quienes defendían su nombramiento desglosaban la relación de campeonatos conseguidos. Sus títulos lo justificaban todo. Su historial eran los resultados. Sin embargo, los fines no justifican los medios. O, al menos, no siempre. Casi nunca.

Los incondicionales decían que Mourinho era un excelente entrenador. Disculpaban sus gestos y también sus convicciones y valores. O mejor dicho, su ausencia de valores. Pues al final, quien no tiene principios, difícilmente alcanza sus fines.

Ser buen entrenador exige ganar la voluntad del equipo. Conquistar su compromiso. Seducir jugadores. Mourinho no lo consiguió cuando fomentó la separación entre compañeros de selección nacional. La competitividad no exige el conflicto. Es posible alcanzar resultados excelentes sin necesitar el enfrentamiento ni fomentar el odio. Desde el ámbito del management, en el que tantas veces hemos buscado al mundo del deporte como ejemplo, debiéramos entender la imposibilidad de la gestión eficaz sin la concurrencia de los valores como código moral de comportamientos. No se puede ser mejor líder que persona.

Es posible la victoria sin meter los dedos en el ojo del entrenador rival. Indigesto hecho. Vulgar y zafio. Cobarde. Miserable. Hay conductas que no admiten excusa. Ni tan siquiera perdón. Del Bosque jamás lo hubiera hecho. Tampoco Pelegrini. Ni Valdano. Ni Santiago Bernabeu lo habría consentido. El ser se demuestra al saber estar.

En una final, el equipo derrotado debe permanecer en el campo hasta que el campeón levanta su título. Mourinho no lo entiende así. Su soberbia le puede, y ordena a su equipo que se retire del campo. El honor del club se desdibuja en la oscuridad de un triste túnel de vestuarios. Y a los que critican ese episodio vergonzante les tilda de “falsos madridistas”. Mourinho expide y niega certificados de madridismo, y se cobra la cabeza de su superior, Jorge Valdano. Quien osa liderar una institución sin entender su historia y espíritu está avocado, tarde o temprano, a ser aplastado por esa misma institución.

 

casillas-mourinho_560x280

Iker Casillas y José Mourinho

La técnica, las competencias y las habilidades importan. Pero importan aún más las emociones y los valores. Liderar personas y proyectos es gestionar emociones y mostrar valores. Todos ellos se plasman en conductas.

 

Y con ellas llegan los resultados. El camino elegido para alcanzar esos resultados no es neutro. Cuando nos obsesiona el “qué” e ignoramos el “cómo”, perdemos el camino. Y el fin no es la meta. La meta es el camino.

Desprecio a quien desprecia. Mourinho cobra con la misma moneda que pagó. Nada de valores. Él prometió resultados. En su primera temporada, una Copa del Rey que supo a gloria. No en vano fue la primera victoria sobre un invencible Barcelona. En la segunda, la Liga. La afición pedía más: tenía sed de Champions. Y en la tercera, nada.

La vitrina, vacía. El madridismo, roto y dividido. Y Casillas, icono de la humildad, en el banquillo. Hundir en la suplencia al mejor portero del mundo ha sido una afrenta sin igual. Una coletazo de arrogancia. Un bofetón que despertó conciencias y abrió ojos. Se produjo entonces el inicio del final. Pero ese final estaba escrito desde el inicio. Qué triste haber esperado tanto para que muchos se dieran cuenta. No es una cuestión de resultados, sino de principios.

Mourinho se va. Pero no por su falta de valores, sino por la ausencia de resultados. Siento que muchos han aprendido nada.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *