José Manuel Chapado

Universal Miguel de la Quadra-Salcedo. Unión de pueblos y culturas

Miguel de la Quadra-Salcedo fallece el mismo día que lo hizo Cristóbal Colón. No es casualidad. No puede serlo. Ambos empeñaron su vida en unir dos mundos. Con ellos, el Océano se hizo pequeño, y los pueblos de uno y otro lado se fundieron en un abrazo.

quadra--647x300Fueron exploradores que derribaron fronteras. El primero, hace cinco siglos, desafiando el misterio de unas aguas sin final. El segundo, reeditando el Encuentro de aquellos dos mundos con más de 8.000 jóvenes.

Yo fui uno de ellos. Fue en el otoño de 1.985. Participé en la primera edición de Aventura 92, rebautizada como Ruta Quetzal a lo largo de sus 30 ediciones. Teníamos entre 16 y 17 años. Vivimos una Aventura que nos ha acompañado toda la vida, una experiencia inolvidable que forja carácter e imprime personalidad.

Se lo debemos a un hombre noble, fuerte y bueno. Todo lo que tocaba, quedaba impregnado por su rotunda manera de ser. Hecha a la medida y semejanza de su creador, la Ruta Quetzal era grande e intensa, como el poblado bigote de Miguel; profunda y enriquecedora, como la inagotable fuente de su sabiduría; misteriosa y sublime, como lo es su densa y repleta biografía; insuperable y sorpresiva, como su insaciable afán de exploración y conquista; respetuosa y trascedente, como su manera de entender el Mundo.

Hizo del respeto a lo diferente su fe inquebrantable. Integró y se integró. En su cuello lucía como colgante el hueso de la falange de su padre. Él era así: único y genial. Como lo eran todos sus relatos. Me recuerdo agolpado en torno a él, junto a decenas de jóvenes, en el buque en el que replicamos el Viaje del Descubrimiento. Escucharle era vivir el mejor documental.

Fue record mundial en jabalina, aunque la burocracia no se lo reconociera oficialmente. Los despachos nunca le sentaron bien, quizá porque nunca buscó sentarse en ellos.

aventura_92Hizo Historia en todos nosotros. Aventura 92 (o la ruta Quetzal, lo mismo da) ha sido un proyecto declarado de Interés Universal por la UNESCO. Quiso el destino que mi trayectoria profesional, años más tarde, se desarrollase en Venezuela, México, Colombia, Argentina o Chile. Pero fue de la mano de Miguel de la Cuadra cuando aprendí a amar aquella tierra hermana. Fue con él cuando sentimos Latinoamérica como algo propio que corría por dentro de nuestras venas.

En la madrugada del 12 de octubre de 1985, la lejana luz de un faro nos anunciaba que estábamos ante la isla de Guanahaní. La megafonía del barco replicaba casi cinco siglos después el grito de “Tieeeeerraaaa” de Rodrigo de Triana, sucedido por los himnos nacionales de España y Bahamas y el canto de la Salve Marinera. La luz del alba iluminaba uno de los días más bonitos de nuestras vidas.

Lo recuerdo con emoción. Como si fuera ayer. Miguel estaba detrás de mi. Aún escucho con nitidez su voz relatando en directo para la radio lo que acontecía: “los chavales están muy emocionados, han estado casi toda la noche sin dormir, esperando en cubierta este momento, estamos viviendo algo muy especial.”

Un puñado de “aquellos chavales” quisimos promover la candidatura de Miguel de la Quadra-Salcedo al premio Príncipe de Asturias para la Concordia. Pocos hombres han hecho tanto y desde tan adentro. Pocos personas pueden ofrecer un testimonio tan vital y auténtico como el suyo.

JMCH_con_MiguelMiguel ha sido Encuentro. Hace poco más de un año, cenábamos una docena de antiguos expedicionarios, entre los que estaba su hija Sol. Sin previo aviso, a los postres, apareció de nuevo Miguel. Vino con su mujer y su bastón. La edad mermaba su movimiento, pero no el brillo de sus ojos. Volvíamos a estar agolpados en torno a él. Escuchando sus aventuras, el tiempo se detuvo. Me pidió que leyera la carta manuscrita que esa misma mañana Miguel había remitido al Rey Felipe VI para que la Ruta Quetzal no muriese nunca.

Estaba sentado a su lado. Hablamos del pasado, del presente y del futuro. Nos decía que la actual situación sólo los jóvenes podíamos arreglarla. Para él, seguíamos siendo jóvenes, Y junto a él, todos volvíamos a sentirnos jóvenes. Su sola presencia lleno de vida y fuerza aquellas horas que ahora adquieren un significado especial.

Miguel fue un hombre increíble, distinto y fascinante. No fue ejemplo de globalización, Miguel fue Universal. Derribó fronteras. Acercó pueblos. Unió personas. Fundió culturas. Descubrió misterios de acá y del más allá, donde ahora él está.

Hago mías las palabras del pintor Paco Pérez Valencia, compañero expedicionario: “Un espejo. Un maestro. Un amigo. Gracias, Miguel, por existir en mi”.

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