José Manuel Chapado

Se nos va Morante

Querido primo: la de ayer fue una tarde para el recuerdo y la posteridad. 

Tarde de toros en Las Ventas. La del Día de la Hispanidad siempre es especial. Paseíllo de lujo: Morante, Sergio Rodríguez confirmando su alternativa, y Robleño en su despedida. Silencio sobrecogedor para escuchar el himno de España. A su término, ovación de gala. La primera de muchas. Nueva ovación para reclamar la presencia de los tres matadores antes de que se abra la puerta de toriles. Saludo desde el tercio. Nueva ovación de Madrid reclamando a su torero Robleño en la corrida que dice adiós. Nuevo saludo montera en mano, presagio de una tarde que no será una más.

Comienza la tarde. Lleno a reventar. Muchas ganas en los tendidos. Se nota en el aire, en el ruido, en las conversaciones… Primer toro, intercambio de trastos entre confirmado y confirmante. Algunos buenos pases. Nada del otro mundo. Segundo toro. Morante recupera su muleta y con el capote levanta la plaza. Anuncia que viene sembrado. Va a por todas. Todo se desvanece en el tercio de varas, y aunque algo intenta, acorta la faena y mata rápido. El tercero para Robleño. Madrid con su hombre. Poca cosa. La tarde se nos iba escapando como el agua entre las manos. Sobrevuela esa triste maldición de “tarde de expectación, tarde de decepción”.

Sale el cuarto toro, segundo de Morante, y todo cambió. La Tauromaquía escapa a la lógica. Es fascinante y sensacional. Cultura y Arte. Magia y emoción. Lo inunda todo, hasta la forma de hablar. Nos lo enseña todo. También aquello de que “hasta el rabo, todo es toro”. Prosigue la tarde por derroteros insospechados. En pocos minutos fuimos plenamente conscientes de estar viviendo un capítulo que quedará escrito en oro para la Historia de la Fiesta. Emoción a raudales. 

Tras unos capotazos formidables, el toro arrolla al Maestro. Caída muy fea. Morante en volandas llevado por seis hombres hacia la enfermería. Se revuelve y le depositan en el suelo. Quiere seguir. Lo sueltan y se tambalea como un tentempié. Tres veces parece que se va a caer. “No puede torear así”. “Que no le dejen seguir, por Dios”. Los aficionados se indignan desde sus asientos, pero una nueva ovación cerrada de la plaza le endereza y le reconoce su compromiso. Coraje y raza. 

Tras las banderillas, toma la muleta. Toreo sublime. Cruje la plaza. Cada natural se remata con un olé que retumba desde las entrañas. A veces, un enganchón. “Algo sobrevalorado” apunta mi amigo Felix. ¿Qué más da? Es Morante. Cuando deja caer la muleta, se para el tiempo y se eleva el alma. Estoconazo. Cae el morlaco. Se precipitan los pañuelos. Una oreja. Que sean dos y puerta grande. 

Surge el debate mientras la plaza se viene abajo según avanza en su vuelta al ruedo el de La Puebla. Quizá la segunda sea excesivo premio. El toro fue difícil, los pases son únicos y la entrega, sobrehumana. No sé qué pensar. Mejor dejarse llevar. Vuelvo la cabeza para mirar al Juli, situado a pocos metros de nosotros. Con sus dos manos alzadas no deja de aplaudir. Tiene el gesto de quien reconoce haber visto algo colosal. Cumbre. Nada más tengo que añadir a mi juicio. 

Termina la vuelta y se dirige al centro de la plaza. Normal, quiere saludar al público que le aclama. Tarda en hacerlo. Se echa las manos a la nuca. Hace movimientos extraños. ¿Qué hace? “Se está cortando la coleta”. “¡No!”, grito yo. Mi corazón negaba lo que mis ojos veían. Negar la realidad es la reacción lógica ante un shock inesperado. Se desprende la coleta de su cabeza bajo el estupor de todos. La muestra al público, rompe a llorar y regresa para refugiarse en los brazos de su cuadrilla. 

Contraste de sensaciones: desde la euforia a la desolación en un mismo momento. Estamos perplejos. No damos crédito. En el móvil irrumpe el mensaje de mi amigo Suso: “me voy a meter en la cama y voy a romper a llorar”. Lo que ocurre en Madrid, trasciende a toda España. No puede irse y dejarnos así. Necesitamos el mito. Morante ha de seguir. Sin embargo, el hombre que hay detrás tiene derecho a hacerlo. José Antonio tiene que descansar. Ha entregado ya mucho al mundo del Toro. El ser humano importa.

Quinto toro. Le corresponde a Robleño. El último de su carrera como torero. Su gran día queda eclipsado por la decisión inesperada de un compañero que le respeta y quiere, pero que le ha robado su tarde de gloria. Iván García clava unas banderillas de ensueño. Robleño se reivindica. La plaza le comprende. La faena se hace enorme. ¿Despedirá Madrid por la puerta grande a los dos toreros? Quiso el cruel destino que no tuviera suerte con la espada, y el estoconazo fulminante fuera el segundo. Por eso, y solo por eso, su premio se limitó a una oreja. 

Estaba la plaza caliente. Efervescente. Vulnerable. Los dos hijos de Robleño salen a cortar la coleta de su padre. Esto sí estaba en el guion, y aún así, estremece. El resto, ya da igual. La página para la Historia estaba escrita con grandeza y crueldad, con verdad y solemnidad. Termina la corrida y una avalancha de jóvenes que auguran larga vida a la Fiesta se abalanzan para aupar a hombros a Morante. Un grupo más reducido hace otro tanto con Robleño, que también sale triunfante pero por puerta distinta y con foco menor. Injusta y dolorosa situación que a muchos no nos pasó desapercibida.

Carmen, mi vecina de abono en el coso taurino, recuerda mi pretérito rechazo a Morante. “¡Quién te ha visto y quién te ve!” Tiene razón. Fueron muchas “espantás” en el pasado. Años sin verle hacer nada que mereciera la pena. Mi admirado Eduardo Dávila Miura me contradecía una y otra vez: “Morante es el torero de arte con más valor y valentía que ha existido”. Lo reconozco, caigo rendido ante una temporada inimaginable. Su último año culmina con su segunda puerta grande en Madrid. Se retira cuando toca el cielo. 

Quedamos huérfanos los que amamos la Fiesta. La de ayer, fue una tarde con muchos instantes. Y también llena de imágenes. La de los hijos de Robleño cortando la coleta de su padre, la de los vahídos de Morante tras ser arrollado en su segundo toro, la de los pases eternos que dibujó en la noche de Madrid, la de dos toreros en su salida a hombros por distinta puerta, la de la emoción en los ojos de todos, la del Juli aplaudiendo de pie y en alto la retirada de un compañero, la de los móviles que no paraban de recibir mensajes de quienes no estaban allí pero se hacían sentir…

Épico, querido primo, épico. Ninguna otra Fiesta como la de los toros brinda tardes como las de ayer. Sublime. Emocionante. Desoladora. Hoy solo queda el recuerdo y un enorme vacío que será difícil cubrir.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *