Lo han vuelto a hacer. O lo hemos vuelto a hacer, porque el triunfo de la selección es el nuestro. Hemos vuelto a sentir esa emoción que nos hace hablar en primera persona del plural, como si nos perteneciese una porción de la victoria lograda por un puñado de jóvenes.
Esta Eurocopa nos regala muchas lecciones de liderazgo, de management y de valores. Lecciones de vida. Gana un equipo. Hay quien dice que no había un líder. Falso. Había muchos. Esa es la magia de esta Selección que tanto gusta, que tanto disfruta, que tanto juega y que tanto gana. Lo tienen todo: imagen, reputación, clima, saber hacer y… ¡resultados!
Los resultados son consecuencia. Pudo no haber entrado el rotundo cabezazo de Merino ante Alemania. Pudo no haber marcado Oyarzabal en el minuto 86 de la final. Pudo no haber estado la cabeza de Olmo bajo los palos. Pero eso fue lo que pasó. Merino evitó los penaltis en esa final anticipada que fueron los cuartos. En los pocos minutos que jugó, Oyarzabal marcó el gol definitivo que pasará a la historia. Y Olmo estuvo donde tenía que estar.
Es incuestionable que nuestra Selección ha jugado el mejor fútbol de esta Eurocopa. Cuando las cosas se hacen bien, lo normal es que haya resultados. ¿Tuvimos suerte? Sí, la Suerte con mayúsculas que describieron Alex Rovira y Trías de Bes en su libro “La buena suerte”. Cuando se crean las circunstancias necesarias, es más probable encontrar el trébol de las cuatro hojas.
Competencia, talento y rigor. La victoria busca equipos que saben a lo que juegan y son reconocibles por su estilo y buen hacer. Estrategia. Foco en el “cómo”, y ya llegarán los “qués”.
¿Suerte? Escasa si analizamos los cruces que hemos tenido que superar. Aunque peor fue la suerte para quienes se cruzaban con nosotros. ¿Por qué fueron ellos los que se quedaban en el camino? En el caso de la Portugal de Ronaldo, quizá porque el equipo solo jugaba para Cristiano. En el caso de la Francia de Mbappé, quizá porque su líder no estuvo a la altura de la competición. En el caso de la Inglaterra de Bellingham, quizá porque un solo jugador no lo puede hacer todo.
Esa es la gran diferencia. ¡Equipo! En el fútbol, al igual que en la empresa, en la política o en la vida misma, la estrella no puede pesar más que el conjunto. Al menos, no debiera.
Se empeñan los medios en poner su abrasador punto de mira en Lamine Yamal, y en la pareja que conforma con Nico Williams. Sin restar un ápice la grandeza de los dos benjamines, son muchos más los nombres que han escrito esta épica. Rodrigo y Carvajal son, posiblemente, los mejores jugadores del mundo en sus respectivas posiciones. Cucurella ha deslumbrado. Imperiales fueron nuestros centrales Laporte, Nacho y Le Normand. Fabián siempre estaba presente. Unai Simón mandando con manos y pies, sin un solo error. Merino y Oyarzabal subiendo las revoluciones cuando más falta hacen. Todas las posiciones bien cubiertas. Talento en cada puesto.
Caso aparte es el de Álvaro Morata. Cuestionado y en el centro de múltiples memes, ha sido el capitán de todos. Sus compañeros le quieren. Su compromiso nunca cesa. Su juego sin balón abre espacios a los demás. Su figura es tan importante y alabada dentro, como incomprendida fuera. El juicio que vale es el de quienes le conocen y disfrutan cada día en el seno del equipo.
Se lesiona Pedri y le sustituye Dani Olmo. Ese suplente ha sido el máximo goleador del campeonato. Si espectacular fue el golazo de Yamal contra Francia, más aún lo fue el segundo de Dani haciendo con el balón lo que quiere: ahora por aquí, luego por allá, y al fondo de la portería. Y, por si fuera poco, también atrás, sacando ese otro balón que cierra el campeonato.
Los equipos no requieren estrellas. La mayor fuerza de un equipo es la suma sinérgica de todos, porque la fuerza del equipo es la de cada uno de sus miembros, y la fuerza de cada miembro es la del equipo.
No hacen falta estridencias ni alaracas. Basta el liderazgo tranquilo de la reencarnación de Del Bosque. Sin hacer ruido. Desde dentro. En segundo plano. Luis de la Fuente merece un monumento. Llegó por la puerta de atrás y sale a hombros. ¿La receta? Trabajo y Fe en los suyos. ¿Cabe mayor lección de liderazgo?
Esta Selección nos deja un extraordinario sabor de boca. A los que entienden de fútbol y a los que no, también. A los más veteranos que ven en Jesús Navas el testimonio inagotable del esfuerzo, y a los más jóvenes que ven en Yamal a un ídolo que lucha por aprobar la ESO. Los grandes equipos son aquellos en los que las generaciones aúnan sus fortalezas diversas para ponerlas al servicio de las demás.
Esta Selección representa a España. Así debiéramos sentirlo. Tan España es Castilla como lo son los vascos, cuyos equipos han aportado más jugadores que los grandes y poderosos clubes de siempre. Tan España son las figuras que juegan en nuestra liga, como los expatriados que tuvieron que emigrar. Solo hay que escuchar a Rodrigo cómo se le llena la boca al sentir y defender a su país. O ver los ojos con lágrimas de Cucurella al escuchar el mensaje de su mujer, evocando esa otra patria que es la familia. O a Olmo entonando Estopa. O a Morata abrazando a sus hijos. O a Nacho escuchando el himno. Porque cuando están todos juntos, a uno se le olvida quiénes son los de fuera y cuáles los que juegan aquí. No importa la nacionalidad ni el nombre del club al que pertenece cada uno. ¿Dónde poner la mirada, en lo que nos une o en lo nos separa?
Son diferentes, pero entre ellos son uno. Tan España es la Fe católica que no esconde Luis de la Fuente, como la sonrisa inocente de Yamal, hijo de un marroquí que reivindica su barrio de Mataró cuando celebra cada gol.
Quizá el caso más emblemático sea el de Nico Williams. Sus padres llegaron en patera desde Ghana. ¡Cuánto debemos agradecer el ejemplo de personas como el sacerdote de Cáritas que les ayudó! En su honor, le ponen el nombre de Iñaky al hermano mayor. Aquel hombre acogió a una familia de buena gente que ha sabido educar a sus hijos en el respeto y el trabajo. La madre de Nico le ha prohibido comprar un coche a su hijo. Demasiado joven. Aquel sacerdote no solo les ayudó a ellos: nos prestó un gran servicio a todos. Justicia poética que funde raíces, razas, religiones y, sobre todo, integra personas y difunde valores. España es mejor gracias a familias como los Williams. Nosotros también somos ellos.